miércoles, 26 de junio de 2013

Jornada en el Parlamento Europeo: “China en el siglo XXI: Presente y Futuro”, por Carlos Gutierrez Calderón


Los pasados días 6 y 7 de junio se celebró en el Parlamento Europeo, Bruselas, una jornada con el título “China en el siglo XXI: Presente y Futuro”, organizadas por el grupo parlamentario Izquierda Unitaria Europea/ Izquierda Verde Nórdica en colaboración con la Fundación Gabriel Péri (Francia), Correspondances Internationales, el Centro de Estudios de teorías sociales y filosóficas extranjeras del Partido Comunista Chino y la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina. Allí se dieron cita representantes de formaciones políticas de diversos países, investigadores sociales y un nutrido número de asistentes de diversa procedencia. 

Por otra parte, los presidentes de Estados Unidos y China, Barack Obama y Xi Jinping, se encontraban en la cumbre bilateral con el objetivo de fortalecer las relaciones entre ambos países. Casualmente coincidentes en el tiempo, estos dos hechos reflejan la ascendente importancia de China en la esfera internacional, así como la creciente preocupación de las potencias europeas y estadounidense ante el parece que imparable ascenso chino. 

Aún son múltiples los interrogantes que rodean al país asiático sobre los que no es posible elaborar respuestas sencillas. Con el objetivo de aportar claridad acerca del fenómeno chino, las jornadas de Bruselas se vertebraron en tres bloques temáticos. En el primero de ellos se debatió acerca del desarrollo económico y social de China. Posteriormente, en el segundo bloque, se abordó el papel de China en la esfera internacional. Finalmente, la cuestión de los desafíos presentes y futuros dio contenido al último bloque. Este relato intenta resaltar las intervenciones más lúcidas y con mayor capacidad explicativa.

País de proporciones extraordinarias, China ha mostrado un intenso crecimiento económico y acometido profundas transformaciones durante las últimas décadas. Podemos afirmar que este país se ha convertido en un fenómeno que no tiene ejemplo equiparable en la historia reciente. ¿Cuándo comenzó este ascenso? No existe un consenso claro al respecto. Unos sitúan los orígenes en 1978 cuando Deng Xiaoping inició el proceso de reformas y apertura. Otros, sin embargo, retroceden en el tiempo para situar los desencadenantes durante el período de Mao Tse-Tung. No obstante, el debate sobre los orígenes, interesante sin duda, deriva en posiciones polarizadas sustentadas en prejuicios ideológicos. Para captar toda la profundidad del fenómeno debemos preguntarnos el por qué. 

Ciertos interesados explican el éxito Chino por el proceso de mundialización y la llegada de Inversión Extranjera Directa que ha implicado. Si bien no se puede negar la existencia de este marco, no parece que una posición pasiva de este país ante las fuerzas del mercado mundializado (“espontaneísmo del mercado”) hubiera desembocado en semejante éxito. La realidad es más compleja y como cualquier avance de estas características es la intensa intervención del Estado, orientando y planificando, uno de los factores explicativos.      

China ha articulado un adecuado “proyecto soberano” a través de diversas palancas que le ha permitido impulsar su desarrollo económico y social así como insertarse con extraordinaria robustez en la división internacional del trabajo. No obstante este proceso no está exento de dislocaciones sociales que, como comentaremos, suponen formidables desafíos para el futuro próximo. Tres son las dimensiones sobre las que se ha actuado. En primer lugar una actitud hacia la agricultura que ha supuesto una producción creciente para el mercado doméstico con el objetivo de alimentar a una población de 1.300 millones de personas, a resguardo de las fluctuaciones de los precios en los mercados de alimentos internacionales. En segundo lugar, un control del mercado mediante el concierto entre la propiedad pública y la propiedad privada que le ha permitido configurar un sistema industrial integrado, basado en la complementariedad de las diferentes ramas industriales, así como apropiarse de tecnología avanzada con la que ha acometido un salto tecnológico hacia procesos de producción que incorporan un mayor valor añadido, deslocalizando a los países de su entorno (y hacia el interior del propio país) lo procesos de bajo valor añadido. En último lugar, su participación en la mundialización de forma controlada, dejando fuera la esfera financiera, de naturaleza inestable, y controlando el tipo de cambio.

Resultado de la articulación de estas palancas señaladas, China se ha configurado como un sistema mixto. En rápida expansión se extienden las relaciones sociales de producción capitalista, que tienen como pilar la propiedad privada de los medios de producción, la motivación por el lucro y una masa de trabajadores desposeídos forzados a vender su fuerza de trabajo. De otra parte, nos encontramos con una dimensión donde no rigen estos parámetros, donde la propiedad pública/estatal y colectiva es la característica principal. Cabe señalar la importancia de este tipo de propiedad en los sectores estratégicos de la economía, en los “capitanes de la economía”, así como en el medio rural donde la tierra no se ha mercantilizado sino que es cedida a familias y cooperativas a largo plazo.

Esta dinámica ha impactado profundamente en la sociedad. Una sociedad que ha adquirido mayor complejidad con el surgimiento de nuevas clases sociales con nuevos intereses e inquietudes que tiene como resultado la aparición y expansión de nuevos sujetos. Asimismo, un aspecto fundamental es el acelerado crecimiento de la desigualdad junto con la salida de ingentes masas de la pobreza y el intenso proceso de urbanización. Ante esta convulsión, la cohesión social como factor de estabilidad se ha visto erosionada. 

Por otra parte, destaca el impacto que ha tenido el acelerado crecimiento sobre el medio ambiente, con repercusiones tanto ecológicas como sociales. La economía china tiene como base energética un modelo fundamentado en la combustión de materiales fósiles que ha dañado de forma muy preocupante el medio ambiente (en todas sus dimensiones), principalmente en los crecientes entornos urbanos. 

En paralelo, a escala mundial esta pujanza económica de China junto a la atonía económica de Europa, inmersa desde 2007 en una profunda crisis, está acelerando el proceso de viraje del centro económico desde el Atlántico Norte hacia el Pacífico, zona que emerge como la de mayor dinamismo económico. El país asiático se está transformando en un agente muy activo en las relaciones internacionales acumulando un mayor peso político. Por consiguiente los equilibrios de poder a escala global se modifican y avanzan hacia, lo que se ha denominado, un mundo multipolar, donde no existe un único centro decisor.

China aparece ante el heterogéneo conjunto de economías subdesarrolladas como modelo de éxito e impulsor del crecimiento económico. Como ejemplo debido a que este país desde una situación dependiente, atrasada, ha avanzado en una senda de modernización y alcanzado mayores cotas de bienestar social. Como impulsor del crecimiento ya que su pujante avance económico arrastra, a través de diversos mecanismos, a otras economías de este conjunto. En este sentido, China ha establecido un nuevo modelo de relacionarse (denominado win – win) que supone una oportunidad para los países periféricos, otrora dependientes del modelo imperialista practicado por Europa y EE.UU (win – lose). No obstante el modelo chino no es percibido unívocamente de forma positiva. Si bien es considerado una oportunidad para las economías en desarrollo, en muchos casos, principalmente entre los países africanos, la percepción es que las relaciones con China reproducen las relaciones imperialistas.

China tiene ante sí enormes desafíos que afrontar en el futuro próximo. En el económico, la transformación estructural de su economía hacia un modelo de crecimiento impulsado por la demanda interna debe acompañarse con la necesaria evolución tecnológica, la modificación del modelo energético y con patrones de consumo sostenibles. La creciente desigualdad emerge como el principal motivo de preocupación en el ámbito social.  Es necesario avanzar hacia una sociedad más igualitaria a través del establecimiento de mecanismos de redistribución de la riqueza en la esfera laboral y fiscal que permita el despliegue de un sólido sistema de seguridad social. 

También surgen retos en la esfera política. Los fenómenos ocurridos de corrupción en diversos estamentos del Estado pueden estimular un alejamiento entre ciudadanos e instituciones políticas y hacer perder la legitimidad del Partido Comunista Chino entre la población. Igualmente se ha abierto una brecha entre unos ciudadanos con mayores intereses en la participación política y los instrumentos que ofrece el sistema a tal fin. Este hecho obliga a iniciar un proceso de democratización, que no tendrá como resultado la reproducción de los modelos occidentales, con el objetivo de satisfacer las crecientes inquietudes políticas de la población. 

Finalmente, en la esfera internacional China tiene que constituirse como contrapeso político a la hegemonía norteamericana y europea. Para ello China está obligada a establecer sólidas alianzas a escala internacional que serán consecuencia de un modelo de relación con el mundo en desarrollo que sea sentido económica y socialmente como provechoso por las partes.

China ha materializado un gran salto adelante en las últimas décadas resultado del extraordinario avance económico y social, al mismo tiempo que se ha producido una fuerte dislocación en la sociedad. A escala internacional este proceso ha desembocado en una redistribución del poder, acelerando el tránsito a un mundo multipolar. China es y será imprescindible para entender el siglo XXI. Pero hacia dónde se dirija, si hacia un sistema de rasgos hegemónicos capitalistas o hacia la construcción de un “socialismo con peculiaridades chinas”, en el marco de una perspectiva de largo plazo, será consecuencia de cómo supere los desafíos que emergen. Ambos caminos están abiertos y en tensión. La suerte está echada. 

Carlos Gutierrez Calderón 

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